viernes, 9 de enero de 2009

Se reiniciaron las audiencias con testimonios fuertes y muchos olvidadizos

Se reiniciaron las audiencias con testimonios fuertes y muchos olvidadizos

En la mañana del miércoles comenzó nuevamente la ronda de testimonios en el juicio donde se investiga el asesinato de Graciela Fiochetti, la desaparición de Santana Alcaraz y Pedro Ledesma y las torturas sufridas por Víctor Fernández. Por primera vez, un miembro del Tribunal, pidió que se investigara a uno de los policías que testificó por el delito de falso testimonio.

Cansado de los "no recuerdo" y agotada su paciencia, el juez Roberto Burad hizo observaciones a los testigos sobre estas "lagunas" mentales. También el presidente del Tribunal, Raúl Rodríguez, llegó a preguntarle a uno de los policías -de poco más de 50 años- si sufría de alguna enfermedad que le afectara la memoria, porque lo único que había respondido a esa altura del cuestionario era "ahora no recuerdo".

Quien sí recordó todo, con vívidas imágenes y por momentos con un llanto incontenible, fue María Ponce de Fernández, quien conoció a Sandro Santana Alcaraz y lo describió como "un chico alto, vestido con ropas humildes, un muy buen chico..." que realizaba tareas sociales en los barrios pobres de San Luis

Ella fue también detenida y sufrió tormentos de todo tipo. La noche del 13 de junio de 1976 fue arrancada de su hogar en el barrio Kennedy y llevada a dependencias de la Policía Federal por Juan Carlos Borsalino, un oficial duro venido especialmente desde Buenos Aires al comenzar la represión. Recordó que estaba con su marido y sus cuatro hijos y sin permitirle vestirse ni ir al baño se la llevaron a la delegación policial.

Relató como fue sometida a todo típo de ultrajes por los federales, incluso una violación con un revolver o una picana que le produjo una hemorragia "por más de un año" que no fue atendida por los médicos policiales y militares que la vieron en la penitenciaría.

Cansada por el tiempo pasado, se quejó de la justicia, reclamando que "han pasado más de 30 años y me piden que siga viniendo a declarar". "Quiero que se haga justicia", le reclamó al juez Burad entre llantos, lo que conmovió al magistrado, quien dijo que tomaba "especial nota" de su reclamo.

"Eran lo mejor de nuestra generación", dijo emocionada, "si no los hubieran matado, estoy segura que hoy estaríamos mejor".

También testificó en la jornada de ayer Julio Lucero Belgrano, detenido el 25 de marzo del 76 por la Policía Federal. Como en los testimonios escuchados hasta ayer, coincidió en que el policía pegador era Borsalino y que la especialidad de la Federal era "la parrilla", que practicaban en un camastro de hierro construido a tal fin, donde aplicaban corriente eléctrica, además de los feroces golpes de puño que les daban.

Contó que en una de las sesiones, desnudo, atado y mojado sobre "la parrilla" comenzaron "por los dedos de los piés, siguieron por las piernas hasta los testículos, después por las tetillas y los dientes". El daño inflingido no solo era por el paso de la corriente eléctrica, sino que "presionaban hasta lastimar". En un momento debió levantarse para mostrar al Tribunal las marcas que le quedaron de la tortura.

Lucero Belgrano, mostrando una memoria prodigiosa, contó con lujo de detalles cada una de las instancias que le tocó vivir en su cautiverio. Estuvo junto a otros detenidos "en el patio de la Policía Federal" en Chacabuco e Illia, en algún momento "atado a las columnas de un parral" y refirió con especial énfasis la perversidad del entonces jefe de la dependencia, "que le gustaba criar perros" y les daba de comer en algunos recipientes que ellos acercaban como podían y comían "las sobras" de lo que dejaban los animales, ya que los tenían prácticamente sin comida ni bebida.

La declaración de los entonces agentes Pascacio Pereyra, Pedro Ismael Rosales y Martín Arnobio Leyes podría resumirse en una seguidilla de "no recuerdo" y "desconozco", al punto que con ironía, en un momento, a uno de ellos, el representante de la querella, Enrique Ponce, le preguntó si recordaba que había sido policía. Los tres habían prestado servicio el día en la comisaría segunda, el día que Pedro Ledesma fue liberado oficialmente y luego secuestrado por un grupo de tareas.

Al que recordó un poquito más, le fue mal, ya que contradijo otra declaración suya realizada ante el juez Cristobal Ibañez en 1985. Ayer Martín Leyes relató con seguirdad y presición que lo único que recordaba con certeza era haber visto venir "a don Ledesma gritando 'me sacaron a mi hijo, me sacaron a mi hijo', venía corriendo desesperado", relató. En su declaración ante el juez Ibañez y la entonces Secretaria Mirta Esley, había dicho que ese día no había estado de consigna en la comisaría, sino que podría haber estado en otro destino. Eso hizo que el juez Burad pidiera que se lo investigara por el delito de falso testimonio, que el Tribunal decidirá al momento de la sentencia si hace lugar o no al pedido.

Ayer faltaron a la cita Roberto Arce -quien tendrá que testimoniar por segunda vez por nuevos elementos que se conocieron en la causa- el coronel Juan Carlos Moreno, el militar al que la defensa de Fernández Gez apunta para endilgarle responsabilidades sobre la lucha antisubversiva en San Luis y el comisario Enrique Ortuvia Salinas, que nunca fue encontrado en su domicilio cuando fueron a notificarlo. Tampoco estuvo el imputado David Becerra, por quien argumentó su defensor que no se habia podido calzar debido a la gangrena que tiene en uno de sus pies. Hubo un pedido para que sean llevados por la fuerza pública.

Informe: Gustavo Senn
gustavosenn@gmail.

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